Tiempo de revelaciones

publicado en: Reflexiones | 0

La memoria es, a menudo, testaruda y otras se engalana de duende fanfarrón. Algunos lugares, como las palabras, sonidos o simples imágenes, actúan como disparadores de memoria. Nos retrotraen a vivencias pasadas con una intensidad que fulgura en nuestra mente como mil cálidos soles. Si las dejamos, pueden llegar a calcinarnos, dejándonos yermos y secos.

Las estaciones de trenes, esos lugares de paso, son gatillos fáciles para sentir emociones pasadas. A veces incitan a sombrear una sonrisa en nuestros labios. Otras, tras pronto como llegan, las apartamos de nuestra mente con pesar y algunas se convierten en angustiosas miradas al pasado. En muchas ocasiones perpetúan ausencias. Voces, olores, abrazos y miradas. Pueden ser una tortura infinita y transparente. Un dolor sordo y ciego, sin textura aparente.

Las alforjas de esos recuerdos son una pesada carga invisible que ni te dobla el espinazo, ni te hace sudar, solo languidecer atrapado en un rizo perenne. Te clava puñales en lo más profundo de tu corazón sin extraer una gota de sangre, tampoco te hace exhalar un quejido. 

Puedes quedarte lívido cuando un recuerdo te asalta. Incluso sentir ira desesperada por no poder aprehender aquellas reminiscencias fugaces que, como gotas de agua, se escapan de tus manos y se disuelven de forma definitiva en el rio de la historia. O puedes intentar parar el tiempo a tu alrededor para magnificar esos segundos perdidos.

Puedes escuchar esos latidos que vienen del pasado. Intentar enfrentarte a esa ola gigantesca que arrasa todo a su paso o dejarte mecer como un junco frente al viento e intentar no perderte en el laberinto de tus propias emociones.

En algún momento comprendes algunos de tus actos. Como no bajarte en Sants o en el apeadero de Gracia y seguir hasta Término (uno de los nombres que utilizó la estación de Francia), descubrir que sigue habiendo un secreto compartido que no sabías que existía. Un lazo que se establece entre tu yo infantil, tu yo adolescente, tu yo adulto y tu yo ya vetusto que se encamina de forma apresurada hacia la extinción de tu conciencia como individuo. Percibes con claridad ese vínculo que te encadena en cada uno de tus personas, coexistiendo todas a la vez, todas en el mismo lugar, mezclándose. Viajando de ida y vuelta, constante e interminablemente entre pasado y presente. Atisbando, quizá, algún momento de un futuro incierto que no sabes cómo interpretar.

También las voces, los gritos, los susurros. Caras, risas y carreras entre piernas vestidas de pantalones y faldas Los ruidos metálicos y los silbatos. Las locomotoras y sus ruedas deslizándose. Nubes de vapor. Humanidad en estado puro, sin contaminar.

Olores. Castañas asadas, hierba recién cortada. Sudor rancio, orina, elixir avinagrado, frutas y verduras. Algo de perfume barato y ese olor que lo impregna todo: El cartón de las maletas viejas y usadas. Notas a jabón barato que desprenden aquellos pañuelos, fardells, enormes, a la espalda o en precario equilibrio sobre la cabeza.

Golpes, empujones de gente que ni siquiera se da cuenta de qué existes. Alguien que te coge de la mano para que no te pierdas en el gentío con tu mochila rellena de papel para que parezca que vas cargado como el resto de tu familia, aunque apenas levantas dos palmos del suelo. 

Caminas por los andenes y revives todas y cada una de las experiencias. Superpuestas. Es esa ola gigantesca que arrasa con tu presente. Olvidas el qué, el cómo y el cuándo para sumergirte en ese laberinto de emociones que amenazan con ahogarte, con exprimir lo poco que te queda de racionalidad.

Sabes que puedes perderte y no regresar y en ese momento experimentas un miedo atroz a perder las últimas briznas de tu yo. La imagen se fija, gana nitidez y el anden se vacía de recuerdos. Las viejas locomotoras se transforman. Las marquesinas metálicas con vidrieras parecen recobrar su brillo y el vestíbulo novecentista se vacía de los fantasmas que pululan. Tus otros yo se desvanecen, sin apenas dejar una aureola de su existencia. Una mujer que corre sobre sus bailarinas con una capa que se ondea, dejando un rastro de colores, se sube a un taxi y este arranca. Una línea amarilla infinita se extienda hacia el Parc de la Ciutadella. Los últimos vestigios de los aromas a sandias y melones de los puestos de la calle Comercio se disipan en una atmósfera cada vez más real.

Tengo que confesar que deseo regresar, siempre. Invariablemente de forma íntima y repentina, siento la apremiante necesidad de chutarme una nueva dosis de adrenalina y quedarme colgado en ese universo privado.

Y lo hago.

Soy incapaz de sustraerme a ese alimento del alma. No espero milagros, solo alguna revelación ocasional. Poner algo de luz en algún lugar extraviado que renazca de las cenizas del olvido.

Ahora ya lo sospechan. Regresar a esa hermosa estación es siempre un tiempo de revelaciones.

Ⓒ Ricardo de la Casa Pérez – Diciembre 2023

Puede ver la foto en grande en mi galería de FLICKR
Puede ver la foto en grande en mi galería de 500PX
También puede visitar mi Instagram

Pasajeros en Agra

publicado en: Reflexiones | 0

Eran dos viajeros en la estación de Agra, uno de ellos estaba llamando por teléfono y el otro tenía la vista perdida en el horizonte. Durante unos segundos me quedé pensando en los sueños de esos dos hombres con las caras tan azotadas por la vida. La piel, llena de profundos y oscuros surcos eran una marca indeleble de la dureza que habían afrontado durante años. Me preguntaba en como habrían sido sus vidas hasta este momento en el que, por un instante, nos cruzamos. Ambos iban vestidos con ropas especialmente llamativas típicas del país y ambos no renunciaban a la tecnología. Gafas y teléfono mobil. Después de hacerles las fotos ellos siguieron sin percibirme. Era gente mayor y seguí pensando en cómo habrían sido sus vidas, en sus alegrías y sus tristezas. En todos los problemas que habían afrontado y en las victorias que habían disfrutado. Todo un complejo entramado que define su personalidad, su carácter, en definitiva su vida. Exactamente el mismo que me define a mi, yo era para ellos, lo mismo que ellos para mi. Nuestro tren llegó y nos subimos con prisa. Los perdí de vista. Tenía la imagen grabada de los trenes indios llenos a rebosar. Ellos ya eran parte de mi pasado y ahora forman parte de mi memoria. Si hubiera podido, me habría sentado con ellos a tomar un té para charlar de nuestras vidas y durante un rato olvidarnos del resto del mundo.

Ⓒ Ricardo de la Casa Pérez – Enero 2024

Puede ver la foto en grande en mi galería de FLICKR
Puede ver la foto en grande en mi galería de 500PX
También puede visitar mi Instagram

El trompetista

publicado en: Reflexiones | 0

El hombre apenas podía moverse. Ni apenas fuerza para que la trompeta sonara. Le había visto prepararse y dude que logrará sacar algún sonido. Cuando empezó, ya sonaban otros instrumentos, me miró. Fue un cruce de miradas largo. Le sonreí por su fuerza de voluntad. Quise transmitir el orgullo por sus ganas de no rendirse, de luchar y de disfrutar cada momento aunque sea duro

Ⓒ Ricardo de la Casa Pérez – Diciembre 2023

Contaminación

publicado en: Reflexiones | 0

Hace unos días leí sobre como el humo se está convirtiendo en el asesino más letal. Vivimos sumergidos en una sopa invisible donde flotan todo tipo de partículas que se acumulan en nuestro interior y que con los años producen todo tipo de enfermedades. Algunas de ellas nos conducen directamente a la muerte.

Así que quizá deberíamos proponernos luchar contra esa contaminación de forma activa y pasiva. Aportando, protestando y no usando, comiendo, produciendo ese veneno letal que respiramos. Otra resolución que debemos apuntar, de forma muy seria para este 2024.

Ⓒ Ricardo de la Casa Pérez – Diciembre 2023

Puede ver la foto en grande en mi galería de FLICKR
Puede ver la foto en grande en mi galería de 500PX
También puede visitar mi Instagram