Versiones

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Existen múltiples versiones de uno mismo. Algunas aceptadas de buen grado y otras no tanto. Este es un retrato de una buena amiga. Muchos años ya de buena convivencia. Le he hecho ya bastantes retratos y si bucean por mis colecciones quizá la encuentren. Esta la hice estos días de carnaval. Salía de casa ya vestida para participar en el desfile. Yo ya tenía intención de hacerle un retrato, aunque no sabía el tipo de maquillaje que me iba a encontrar. Así que fue una sorpresa.

Cuando le pedí permiso para publicar la foto, me comento que le encantaba la foto y que se veía como una versión inventada, ficticia… y uso la palabra espectro. Yo le había hecho la foto, y me había inventado a partir de esa realidad ya maquillada una nueva versión de ella. Y aquí está el meollo del asunto.

En realidad el retrato no es en realidad una imagen de ella. Es una nueva versión inventada, ficticia, casi un espectro. Guarda relación con ella, desde luego que sí. ¿Es un reflejo de ella? ¿O muestra su alma? No, desde luego que no. Es una nueva mujer, espléndida, brillante pero diferente. Esa dualidad permite que los Carnavales se conviertan en un espectáculo en sí mismo. La gente se transforma, se versiona en una nueva humanidad y por unas horas, por unos días se nos permite probar y comprobar nuestros límites. Creo que ahí radica el secreto del éxito de estas fiestas. Nos encanta, aunque sea por un mínimo tiempo, darle la vuelta al calcetín.

Visto nuestro pobre mundo y los problemas que nos agobian cada día los carnavales son como esas válvulas de escape que pita de forma enloquecida y suelta vapor a raudales.

Ⓒ Ricardo de la Casa Pérez – Febrero 2024

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Railroad Agra station platform

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¡Adivinen! Sí. Estaba pensando en estaciones. Esos lugares donde la gente se agolpa de forma desordenada, todos atareados en dirigirse al lugar correcto En no olvidar, ni perder ninguna maleta, cesto o bolsa. Todos distraídos con los mil estímulos que nos rodean y a la vez preocupados mirando pantallas, si las hay, para encontrar ese tren esquivo que les llevara lejos de allí. Ese objeto de nuestros deseos que transporta algo amado en él.

Lleno de sonidos y en este caso, olores que nos saturan y nos sobrepasan. Nos dejan anestesiados.

Gente y más gente y más gente. Variopinta. Colores y más colores. Sombreros, turbantes, pelucas y gafas.

Esta foto va en contra del canon. Aunque hay un sujeto principal, hay demasiados puntos de interés, otras personas, que no te dejan concentrarte. Un procesado clásico (o revelado), habría bajado las luces y quizá desenfocado un poco al resto de humanidad que rodea a nuestro hombre de pantalón gris y camisa holgada roja.

Sin embargo, he preferido darles entidad propia, porque aunque ese sujeto se constituya por posición, luz y tamaño en el principal, para mí, la escena es costumbrista y debe incluir suficientes referencias al resto. Solo este procesado es fiel a las emociones que sentía yo en ese momento. Todos y cada una de las personas eran importantes Incluso aquellos niños que muy al fondo apenas se perciben. Solo mostrándolos a todos siento que la foto se cierra sobre sí misma y muestra (o mejor, intenta mostrar) las emociones que sentía yo allí, plantado ante todos.

Resumiendo: casi deben ser tan poderosos como el hombre que camina hacia mí.

Yo era el sujeto de atención de una mayoría de ellos. Me miraban con la misma curiosidad que yo les miraba a ellos y compartíamos ese sutil lazo, esa extraña comunión que enlaza a gente desconocida en lugares comunes. Así que a todos ellos les debía, al menos, su propio instante de reconocimiento.

Cuando acabe de hacer las fotos, les mire, me incline en deferencia y les salude. Me encantó observar como algunos de ellos, como el hombre de la derecha, que con la cara girada me observa, la señora de verde de la izquierda o el niño un poco más allá junto a su madre, me saludaran a la vez con sus manos.

Sonreí. La magia de las estaciones es infinita siempre encuentras gente de modales exquisitos.

Ⓒ Ricardo de la Casa Pérez – Febrero 2024

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Tiempo de revelaciones

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La memoria es, a menudo, testaruda y otras se engalana de duende fanfarrón. Algunos lugares, como las palabras, sonidos o simples imágenes, actúan como disparadores de memoria. Nos retrotraen a vivencias pasadas con una intensidad que fulgura en nuestra mente como mil cálidos soles. Si las dejamos, pueden llegar a calcinarnos, dejándonos yermos y secos.

Las estaciones de trenes, esos lugares de paso, son gatillos fáciles para sentir emociones pasadas. A veces incitan a sombrear una sonrisa en nuestros labios. Otras, tras pronto como llegan, las apartamos de nuestra mente con pesar y algunas se convierten en angustiosas miradas al pasado. En muchas ocasiones perpetúan ausencias. Voces, olores, abrazos y miradas. Pueden ser una tortura infinita y transparente. Un dolor sordo y ciego, sin textura aparente.

Las alforjas de esos recuerdos son una pesada carga invisible que ni te dobla el espinazo, ni te hace sudar, solo languidecer atrapado en un rizo perenne. Te clava puñales en lo más profundo de tu corazón sin extraer una gota de sangre, tampoco te hace exhalar un quejido. 

Puedes quedarte lívido cuando un recuerdo te asalta. Incluso sentir ira desesperada por no poder aprehender aquellas reminiscencias fugaces que, como gotas de agua, se escapan de tus manos y se disuelven de forma definitiva en el rio de la historia. O puedes intentar parar el tiempo a tu alrededor para magnificar esos segundos perdidos.

Puedes escuchar esos latidos que vienen del pasado. Intentar enfrentarte a esa ola gigantesca que arrasa todo a su paso o dejarte mecer como un junco frente al viento e intentar no perderte en el laberinto de tus propias emociones.

En algún momento comprendes algunos de tus actos. Como no bajarte en Sants o en el apeadero de Gracia y seguir hasta Término (uno de los nombres que utilizo la estación de Francia), descubrir que sigue habiendo un secreto compartido que no sabías que existía. Un lazo que se establece entre tu yo infantil, tu yo adolescente, tu yo adulto y tu yo ya vetusto que se encamina de forma apresurada hacia la extinción de tu conciencia como individuo. Percibes con claridad ese vínculo que te encadena en cada uno de tus personas, coexistiendo todas a la vez, todas en el mismo lugar, mezclándose. Viajando de ida y vuelta, constante e interminablemente entre pasado y presente. Atisbando, quizá, algún momento de un futuro incierto que no sabes cómo interpretar.

También las voces, los gritos, los susurros. Caras, risas y carreras entre piernas vestidas de pantalones y faldas Los ruidos metálicos y los silbatos. Las locomotoras y sus ruedas deslizándose. Nubes de vapor. Humanidad en estado puro, sin contaminar.

Olores. Castañas asadas, hierba recién cortada. Sudor rancio, orina, elixir avinagrado, frutas y verduras. Algo de perfume barato y ese olor que lo impregna todo: El cartón de las maletas viejas y usadas. Notas a jabón barato que desprenden aquellos pañuelos, fardells, enormes, a la espalda o en precario equilibrio sobre la cabeza.

Golpes, empujones de gente que ni siquiera se da cuenta de qué existes. Alguien que te coge de la mano para que no te pierdas en el gentío con tu mochila rellena de papel para que parezca que vas cargado como el resto de tu familia, aunque apenas levantas dos palmos del suelo. 

Caminas por los andenes y revives todas y cada una de las experiencias. Superpuestas. Es esa ola gigantesca que arrasa con tu presente. Olvidas el qué, el cómo y el cuándo para sumergirte en ese laberinto de emociones que amenazan con ahogarte, con exprimir lo poco que te queda de racionalidad.

Sabes que puedes perderte y no regresar y en ese momento experimentas un miedo atroz a perder las últimas briznas de tu yo. La imagen se fija, gana nitidez y el anden se vacía de recuerdos. Las viejas locomotoras se transforman. Las marquesinas metálicas con vidrieras parecen recobrar su brillo y el vestíbulo novecentista se vacía de los fantasmas que pululan. Tus otros yo se desvanecen, sin apenas dejar una aureola de su existencia. Una mujer que corre sobre sus bailarinas con una capa que se ondea, dejando un rastro de colores, se sube a un taxi y este arranca. Una línea amarilla infinita se extienda hacia el Parc de la Ciutadella. Los últimos vestigios de los aromas a sandias y melones de los puestos de la calle Comercio se disipan en una atmósfera cada vez más real.

Tengo que confesar que deseo regresar, siempre. Invariablemente de forma íntima y repentina, siento la apremiante necesidad de chutarme una nueva dosis de adrenalina y quedarme colgado en ese universo privado.

Y lo hago.

Soy incapaz de sustraerme a ese alimento del alma. No espero milagros, solo alguna revelación ocasional. Poner algo de luz en algún lugar extraviado que renazca de las cenizas del olvido.

Ahora ya lo sospechan. Regresar a esa hermosa estación es siempre un tiempo de revelaciones.

Ⓒ Ricardo de la Casa Pérez – Diciembre 2023

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Pasajeros en Agra

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Eran dos viajeros en la estación de Agra, uno de ellos estaba llamando por teléfono y el otro tenía la vista perdida en el horizonte. Durante unos segundos me quedé pensando en los sueños de esos dos hombres con las caras tan azotadas por la vida. La piel, llena de profundos y oscuros surcos eran una marca indeleble de la dureza que habían afrontado durante años. Me preguntaba en como habrían sido sus vidas hasta este momento en el que, por un instante, nos cruzamos. Ambos iban vestidos con ropas especialmente llamativas típicas del país y ambos no renunciaban a la tecnología. Gafas y teléfono mobil. Después de hacerles las fotos ellos siguieron sin percibirme. Era gente mayor y seguí pensando en cómo habrían sido sus vidas, en sus alegrías y sus tristezas. En todos los problemas que habían afrontado y en las victorias que habían disfrutado. Todo un complejo entramado que define su personalidad, su carácter, en definitiva su vida. Exactamente el mismo que me define a mi, yo era para ellos, lo mismo que ellos para mi. Nuestro tren llegó y nos subimos con prisa. Los perdí de vista. Tenía la imagen grabada de los trenes indios llenos a rebosar. Ellos ya eran parte de mi pasado y ahora forman parte de mi memoria. Si hubiera podido, me habría sentado con ellos a tomar un té para charlar de nuestras vidas y durante un rato olvidarnos del resto del mundo.

Ⓒ Ricardo de la Casa Pérez – Enero 2024

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