Por las tardes, justo cuando la explosión de colores nos inundaba, nos llevaban a una colina desde la cual pudiéramos contemplar la puesta de sol. Allí ya había dispuesta una larga mesa donde nos sacaban bebidas y viandas típicas del lugar. Ante la inmensidad del desierto, de la sábana, o junto al mar, lejos de todo, en silencio, en comunión con la madre tierra, podíamos deleitarnos con el caleidoscopio de luces que bailaban ante nuestros ojos. A veces, además, contemplando algunos seres extraordinarios como jirafas o elefantes, ñus… Para mí, un urbanita domesticado, era una especie de prodigio repetido día a día. La constatación de que Stendhal podía tener razón, no fallecer de pura belleza, sino que ya no importaba lo que viese el resto de mi vida. Tenía las alforjas suficientemente llenas para regresar a la Consciencia Colectiva satisfecho de mi paso por este mundo.
Fernanda, una amiga que hice en ese viaje, otro de esos milagros que todos esperamos que nos regalen, me fotografió en esa sesión. Así que tengo, además de una fotografía de mi experiencia, ese recuerdo de mí mismo tomando fotos en esa sesión.
Si se fijan, estoy sentado sobre arenas doradas. Para conseguir la foto de arriba, tuve que tumbarme completamente sobre ellas para poder alcanzar el encuadre que tienen ante ustedes: la mata y las piedras afiladas como cuchillos en un primer plano. La arena me acariciaba la cara, podía percibir su seco e intenso aroma. Veníamos de la planicie que pueden observar en la imagen. Allí habíamos estado, también en silencio, viendo pasar junto a nosotros a una manada de elefantes, jirafas, monos…
Creíamos que estábamos saturados de experiencias únicas, pero no, todavía no. Nos faltaba ese momento mágico de comunión con nosotros mismos. Esa locura inexplicable e irrevocable donde las cosas se trastocan y los valores dejan de tener sentido. Ese lugar que no está situado en los mapas. Esa plaza secreta llena de momentos épicos en el centro de un laberinto incomprensible y fascinante. Un portal para viajar, a la vez, hacia el pasado y el futuro.
Son apenas unos minutos que, como en muchos otros lugares, como Newgrange o Stonehenge, te dejan ávido de más.
Ese momento acaba cuando el sol se pone y desaparece. Tienes aún unos minutos para intentar recuperarte, sabiendo que nunca lo conseguirás del todo. Sonreír ante el grupo y echar el último trago de tu bebida favorita, esperando calmar esa sed inexplicable. Esperando ya el siguiente momento para sentirte en paz y armonía con el mundo. Esperando volver a sentirte capaz de obrar todos los portentos.
Ⓒ Ricardo de la Casa Pérez – Diciembre de 2024
Puede ver la foto en grande en mi galería de FLICKR
Puede ver la foto en grande en mi galería de 500PX
También puede visitar mi Instagram