
Recuerdo que estaba preocupado. Demasiados parámetros que no podía controlar. Sabía lo que quería plasmar, pero necesitaba que los caballos entraran en el ángulo correcto para que sus cabezas expresaran toda la fuerza de su carácter. El sol caía y quedaba muy poco tiempo para que la luz dorada que se reflejaba en sus crines se esfumara. Además, galopaban, con lo que tenía que mantener la velocidad alta (1/2000) y no quería subir el ISO (la sensibilidad del sensor) demasiado. Ya estaba en 1000 y aún podía mantener un diafragma intermedio (7.1) para sacar al sensor lo mejor de él.
Me quedaba sin tiempo. Una o dos pasadas más y se habría acabado la oportunidad. Los caballos blancos tienen esa enorme plasticidad y contraste con el entorno que los hace ideales. Por sí mismos son seres mágicos, pero si los ponemos en entornos naturales, son novas explosionando de belleza en el firmamento.
Cuando te miran a los ojos, se acercan, te husmean y se restriegan, quedas atrapado y fascinado a la vez. Sabes que estás viviendo un momento extraordinario.
Ⓒ texto y fotografías Ricardo de la Casa Pérez – Diciembre de 2025
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