Dunas

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Algunos lugares del planeta, además de dejarte pasmado por su belleza, te hacen sentir insignificante. He visto gente seducida por esa percepción, sentarse en la arista de una duna y quedarse meditando durante mucho rato.
Se trata más de sensaciones que de emociones.  Algo inexplicable se remueve en tu interior e incita a tus sentidos a ser mucho más receptivos al entorno. Migajas capaces de redimensionar las prioridades. Texturas visuales que te hacen vibrar en la misma frecuencia natural y hacen que tu mente resuene percibiendo realidades que permanecían ocultas. Algunas cobran un valor que antes no les dabas y, en cambio, otras que apreciabas dejan de tener sentido en esa escala que creías inamovible.
Otras culturas, otros paisajes, otra luz, otros lenguajes, otras gentes, te hacen romper esquemas que pueden estar anquilosados. Te sientes liberado de las mordazas que te han tenido aprisionado, de las vendas que te han cegado. Sientes una brisa fresca en la cara y te sientes más libre, vivo y apasionado.
Inspiras y sientes que aún queda mucho por comprender, que en la urdimbre de tu vida todavía hay mucho que tejer. Solo tienes que dejar que la lluvia te empape, tus piernas se agoten y disfrutes de la vorágine  de sabores, olores y texturas que te esperan a la vuelta de la esquina.


Ⓒ texto y fotografías Ricardo de la Casa Pérez – Octubre de 2025

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