Fisgando

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Entrar en la Piazza de Santa María en Trastévere, es como abrir las puertas a los jardines de Babilonia en su apogeo. Exagero, claro. No es lo mismo, pero las emociones que te embargan en esos momentos, debían ser muy parecidas, o al menos yo me lo imagino un poco así. Mucha gente esparcida por sus cuatro costados. Charlando, bailando, sentados, fumando, tirados por el suelo, paseando, comiendo un helado o cosas más prosaicas. La plaza repleta de humanidad, todos disfrutando y cada cual a lo suyo. El barullo, el ruido de fondo, es un susurro bajo, roto de vez en cuando por alguna carcajada aguda. Te quedas parado unos segundos disfrutando de la sensación de ser invisible entre tanta gente. Anónimo sin serlo. Participando en la comunión sin llamar la atención. Interpretando tu papel y siendo público a la vez. El culmen de la perfección.

Mi mirada se deslizó, intentando captar la esencia de cada escena que se representaba ante mí. Al levantar los ojos, lo atisbé. Él estaba allí, con su copa de vino y su cigarrillo comadreando. Aunque mejor lo definiría fisgoneando desde las alturas. Aunque sinónimos tienen sutiles diferencias (bueno, no tan sutiles). Aunque quizá más tarde se incorpore alguien más y el verbo comadrear cobre sentido en ese contexto. El ocaso del sol era un manto dorado que se extendía por la pared y jugaba en su ventana a tres en raya. Él permanecía hechizado, absorto frente a la representación humana que se desplegaba ante sus ojos. Supongo que le era imposible abstraerse. La tentación diaria tenía que ser enorme. Ni siquiera se dio cuenta de que le fotografiaba.

Al poco me alejé. Evite de forma consciente la tentación de girar la cabeza y echar un último vistazo. No quería romper el embrujo.


Ⓒ texto y fotografías Ricardo de la Casa Pérez – Septiembre de 2025

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